“Cada artista es un caníbal. Cada poeta es un ladrón. Todos matan a su inspiración y cantan sobre el duelo.” Bono.
De tanto en tanto hablamos sobre el contexto, y su importancia – o no – a la hora de mirar, evaluar o gustar de una foto.
¿Es lo mismo que mañana a la mañana salga yo a la calle y le saque una foto a una nube cualquiera, que esa foto la saquen Eggleston o Stieglitz? Claro que no, pero ¿por qué? La imagen, en sí, es la de una nube, sin ninguna forma en particular, en ningún día en particular, y con una intención que quizás solo la conozca, realmente, el que decide que ahí hay una foto, y entonces apunta y la toma.
El contexto nos inspira. El contexto nos informa. El contexto agrega sentido.
Ahora, ¿una foto se debería sostener por sí misma, independientemente de su contexto? Si miramos una foto sin saber quién es su autor, cuándo y por qué la tomó, y cómo son sus otras fotos, ¿vamos a ver lo mismo que si conocemos esta información?
¿Qué diferencia a esa foto, suelta, sin contexto, por mejor tomada que esté, de las miles de millones de imágenes que existen?
Es inevitable que haya contexto, incluso si no tenemos más información que un determinado formato, una determinada impresión, en una determinada calidad, de un determinado tema. ¡Eso ya es contexto!
La inspiración viene de cualquier lado, de las cosas que tienen vida para uno. Y si bien no siempre están visibles en la imagen, de alguna forma están, y es esa vida, presente, indecible, la que nos conmueve.