Con la crisis del 2000-2001 como escenario temporal, Leandro Piñeiro se dedicó a recorrer el centro porteño como un peatón más, secretamente armado con su cámara y la intención de hallar otros ángulos a través de los cuales descubrir la ciudad.
Transeúntes agolpados como hormigas en la calle Florida, niños y animales que se encuentran a la altura del lente – igual que Winogrand en su ajetreada Nueva York de los sesenta y setentas, Piñeiro buscó revelar sorpresas y verdades de la vida urbana.
El resultado de esa búsqueda fueron Formas Zoológicas (2006), y Fotografías Mínimas (2008), dos libros que recopilan el trabajo del autor en aquella época y dan cuenta de la construcción de una mirada.
Charlamos con él para que nos contara de qué manera su conocimiento sobre la obra de Winogrand ayudó a educar e inspirar esa mirada, y la importancia del ejercicio real de la fotografía a la hora de desarrollarla.
¿Conocías la obra de Winogrand antes de empezar con el proyecto de Formas Zoológicas e Imágenes Mínimas? ¿De qué manera su obra impactó en tu mirada y tu forma de relacionarte con el acto de fotografiar?
A Winogrand lo conocí cuando estudiaba con Alberto Goldenstein; mientras ya, hacía mis primeros ejercicios en calle Florida, pero fue una punta nomás lo que vi de él, una fotografía en especial donde dos hombres leían uno el diario del otro y viceversa.
Compré “El juego de la fotografía” cuatro años después de hacer las fotos, cuando decidí publicarlas, y ahí fue que entendí mucho más todo. Pude leer. Me di cuenta de la importancia de sus fotos y, sobre todo, de la forma de hacerlas. Era un modernista, impetuoso, caótico y directo. Me punzó. Primero porque él estaba con las hormiguitas en el mismo momento en que se desbarataba el hormiguero (como yo en el micro centro porteño durante el colapso 2001/2002), y segundo porque al insistir él con esa multitud, en ese malestar y en esa incertidumbre, yo aprendí que ese descontrol podía ser ordenado con una serie de fotografías. Eso sobre todo.
Después están las cuestiones técnicas, los salvoconductos de la imagen, recursos compositivos y todo lo que tiene que ver con dominar una forma para adecuarla a un contenido; todo lo que se puede linkear también con el expresionismo de la época: ¡Pollock! Yo lo linkeo también con Nirvana: Come as you are! Pero son detalles que para mí se ordenan sobre la base de una pasión sincera, no falseada. El impacto también sucede por empatía, cuando te decís a vos mismo “mirá este tipo, hizo justo las fotos que me gustaría hacer a mí, lo amo, lo admiro” Pero al momento que publiqué los libros no quería ser como él, sólo quería homenajearlo. Sentía que tenía que hacer lo mío. Y eso era muy parecido a lo de él, pero “peor”: era un coletazo tardío, argento, de un adolescente tardío que, por ejemplo, en ningún momento logró llevar la cámara al ojo por pánico a que le dijeran tan sólo: “¿Qué estás haciendo pibe, qué sacás?”
Como Winogrand, uno de los objetivos con los que salís a la calle a fotografiar es dejar que lo que la cámara atrapa te sorprenda; ¿alguna de las fotos que tomaste te sorprendió realmente? ¿Y el conjunto de imágenes obtenidas, que impresión te generó?
Hay una de las primeras “buenas”, la del perro de Formas Zoológicas, que me hizo sentir capaz de afrontar un ensayo y un camino. El momento de la sorpresa se dio justo entre los dos aviones que impactaron en las torres gemelas, estaba en un laboratorio de Callao y Alsina con un televisor. Me sentí un poco como se sintió Winogrand durante la crisis de los misiles: “En ese momento descubrí que yo no era nada. Yo no influía en lo que me iba a ocurrir en la vida. Y eso era liberador. Yo no era nada. Lo cual quería decir que estaba libre. Lo cual quería decir vive tu vida.”, dijo él. En la misma semana en el Rojas, con Goldenstein, se hablaba del atentado pero yo quería mostrar esa sola foto. Y la impresión del conjunto me generó una euforia por ver qué más podía pasar si además de liberarme liberaba también a la cámara. Porque en verdad las sorpresas son constantes cuando todas las fotos son hechas sin mirar por el visor; ahí es cuando incluís más, la sociedad, decía Winogrand: “Hombres, mujeres, niños y animales”. Pero la importancia de las series recién la incorporé a través de Daniel Pessah, que nos mostró “Mujeres presas” de Adriana Lestido.
¿Por qué decidiste fotografiar en Blanco y Negro? ¿Qué equipos y objetivos usás?
Porque veía en blanco y negro. Porque, por ejemplo, todavía no conocía a Picasso, pero ya había conocido a Winogrand y a Lestido, y eso alcanzaba. Había que empezar emulando. Y todas las fotografías las hice con una cámara analógica, al principio con un 28 mm, y luego el grueso con 24 mm.
¿Cuáles son las dificultades más grandes que encontrás en tu modo de fotografiar las calles?
Lo pondría en pasado, porque ya no lo hago. Pero, paradójicamente, la dificultad fue todo el objeto, como decía más arriba y como Wino decía: “La sociedad: hombres, mujeres, niños y animales”. Hoy sacaría a los niños y a los animales. Pienso que la dificultad en el modo de fotografiar es la dificultad en el modo de vivir. Durante los registros me acompañaron varios “ataques de pánico”. Entonces mi forma de atenuar ese malestar pero encausar a la vez esa pulsión por obtener imágenes, se resolvió desapareciendo, es decir, aceptando y perfeccionando un método que no despertara sospechas. Puede ser que uno se haga bueno en algo por la ineptitud que desarrolla en otros sentidos. Winogrand primero quería pintar, pero lo vivía como una tortura. Después para mí en el registro de “Summertime” todo fue un poco más relajado. Igual me gustaría decir (porque sé que la calle es atractiva para muchos pero aún así no deja de ser un problema) que salgan. Que la historia del arte tiene miles de años, y que nosotros, desde acá, también podríamos hacer algo para quedar en la historia, o al menos intentarlo. Así que suban el volumen de lo que estén escuchando, muevan la piedra, no se queden quietos, que todavía no desarmaron la bomba.
¿Cuál es tu obra favorita de Winogrand? ¿Por Qué?
Seguramente, para ser consecuente, mi favorita es esa fotografía que citaba donde dos hombres leían el diario, pero no el propio sino el del otro. Creo que está en “Man in the crow”. Aunque es todo un collage que tengo perfectamente plasmado en el libro “El juego de la fotografía”, una edición española acompañada de dos muy buenos textos de Carlos Gollonet y Leo Rubinfien. Y las mujeres son hermosas, ¡sí!, sobre todo las de Wino.